En la Colombia rural, hostigada del siglo XIX, donde conservadores y liberales se pegaban tiros a diestro y siniestro, Cien años de soledad es un coctel bien agitado entre realidad y ficción, pero con regusto en el paladar a guerra y conflicto, cultura, costumbres, identidad e historia, una receta que debe ser trasmitida de generación en generación.
Leerlo es redundar, rumiar que todo se hereda y todo debe permanecer en la memoria de la historia, construyendo los siglos de cien en cien, de generación en generación, con latente e inmortal esperanza de viajes mejores.
Mi abuelo se llamaba Adolfo, mi bisabuelo se llamaba Adolfo; se heredan nombres, historia, sujetos o sustancias, predicados o accidentes y toda la esencia de lo ente.
Adolfo Bodoque Jiménez
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