Chiripito de Chillarón torero por afición.
Chiripito, así se llamaba el niño, rubio y con pecas, al que nadie hablaba en el colegio de Chillarón de Cuenca. Las niñas de su clase le decían todo el rato ¡Cara de galleta! ¡Cara de galleta!
Así Chiripito se pasaba toda la mañana, más triste que un día sin sol. Pero cuando sonaba el timbre de las 2, una gran sonrisa empezaba a dibujarse en su cara. Sabía que muy pronto, al abrir la puerta de su habitación, el capote estaría parpadeando al mismo ritmo que su corazón en la pantalla de su ordenador.
Porque el soñaba con ser torero, no un aburrido futbolista debajo de un larguero, sino un valiente torero, vestido de luces y adornando faenas para salir en hombros de las plazas de toros más importantes del mundo.
Pasaba por delante del ordenador varios minutos ensimismado hasta que una voz apestosa reventaba sus oídos: ¡Chiripito a comer alcachofas! ¡Qué asco de día!- pensó.
Por la tarde miraba a los niños malos de su clase por la ventana. Mientras devoraba el bocadillo de alcachofas como castigo por no comérselas al mediodía. Todas las malvadas y antipáticas niñas del pueblo jugaban al fútbol, pero el sólo jugaba a dibujar con su mano chicuelinas, pases de pecho y atrevidos muletazos, en la intimidad de su habitación. Hasta que una apestosa voz le decía: ¡Chiripito a cenar habas del huerto!, ¡Qué asco! Pensó.
Se fue a intentar dormir, pero mientras su mente viajaba a la Plaza de las Ventas esa noche, pasó algo maravilloso. Sin saber cómo, ni por qué, el cable del ordenador cobró vida y se enredó dentro de la pantalla para arrancar el capote del ordenador y ponerlo a los pies de la cama.
Chiripito de Chillarón fue el más grande torero del mundo. El único capaz de realizar maravillosas faenas taurinas en un capote volador. Y Chiripito, Chiripirado, este cuento se ha acabado.
Adolfo Bodoque
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