viernes, 16 de octubre de 2020

Cuento: El forastero

 El forastero

 En un lejano país de la vieja Europa, existía un agreste valle conocido por la aspereza y antipatía de su gente. A los pobladores del valle no les gustaban las flores, las macetas en los balcones, ni los colores. Cuando a algún vecino se le ocurría la idea de poner una maceta en la calle o pintar su barandilla de un color vivo, la gente lo criticaba e intentaba boicotear su iniciativa.

Un día llegó al valle un forastero apuesto y soñador. Al tratarse de un desconocido, el pueblo comenzó a desconfiar y criticar a sus espaldas. Al ser un hombre de mundo y sin prejuicios, al forastero no parecía importarle los cuchicheos y desaires del personal, vivía su vida feliz y sin preocupaciones, adornando su blanca fachada con macetas de colorines repletas de flores y plantas. Al mostrar esa falta de interés hacia las críticas, los paisanos se iban confiando y cada vez eran mayores y más graves los cuchicheos y reproches que alrededor de él se generaban. Un día, tomando el sol en la plaza del pueblo, el sonido de los murmullos ya no le dejaban relajarse y decidió tomar cartas en el asunto. Le causó pena que en una villa tan bonita solo se preocuparan de cosas banales como criticar a los demás. Se propuso hacer algo para que el pueblo se uniera, trabajaran juntos y dejaran a un lado la ofuscación y los recelos.

Habló con el Alcalde y le propuso, una vez a la semana, hacer en el antiguo teatro una tarde de proyección de cine para poner películas y documentales e invitar a todos los vecinos a verlas. El Alcalde aceptó encantado, el también era consciente del problema que existía en el pueblo. Así que cada fin de semana se proyectaba una película diferente: Qué bello es vivir, El discurso del Rey, Siete Almas, Mejor Imposible, ect. Se alternaban con documentales de otros pueblos y civilizaciones que vivían en armonía, adornaban sus casas y jardines con muchas flores, y los colores cubrían sus calles y plazas.

La gente del pueblo se iba dando cuenta de que la vida es corta y que no se podían permitir perder el tiempo hablando mal de los demás. Tenían que hacer algo para estar alegres y confiar los unos en los otros. Empezaron a llenar calles y fachadas de macetas con bonitas plantas, pintar farolas con los colores del arcoíris. Comenzaron a sonreírse entre ellos y se empezaron a escuchar palabras de agradecimiento en vez de cuchicheos, todo era mucho más animado.

Le pidieron al Alcalde hacer un concurso de adornos florales y el Alcalde lo difundió por radio. Acudieron muchísimas personas a ver esos balcones, patios, jardines y plazas llenos de alegría y color, les emocionaba ver una comunidad con tanta luz y color, un auténtico éxito. El agreste valle se convirtió en un hervidero de gente, risas y alegría. Fue cuando se dieron cuenta de la torpeza que había sido vivir tantos años de forma huraña y antisocial, cuando la vida con alegría y entusiasmo se vive muchísimo mejor. El forastero se alejó del valle con su mochila a la espalda, una maceta entre sus manos y una sonrisa en su cara.

Moraleja: No debemos temer a lo desconocido. Vive la vida, se feliz contigo mismo y no te preocupes por lo que la gente piense de ti. El tiempo que se disfruta es el verdadero tiempo.



Loren

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