Paula y EL ORCO
Erase una vez un Orco que vivía, desterrado en una cueva, en la más absoluta intimidad de las montañas. Nació para no tener corazón, sentimientos, ni piedad. Era capaz de arrasar aldeas, degollar a niños y comerse sus entrañas.
Una noche de frío invierno salió de cacería, se acercó a beber agua a un arroyo, y escuchó entre los matorrales el llanto de un bebé que había sido abandonado, lo apretó con sus garras y lo acercó a su boca con la intención de saciar su apetito. Pero en el último momento se detuvo al no entender porque ese minúsculo ser lo miraba sonriendo.
El orco estaba desconcertado pues
era la primera vez que un ser vivo ante su presencia no mostraba ningún temor.
Decidió llevarlo a su guarida y prendió una gran hoguera. Con el bebe en brazos
se acurrucó junto al fuego hasta que un llanto de madrugada le sobresalto.
La tentación de comerse ese manjar era enorme. Pero en el último momento, cuando la cabeza del bebe ya estaba dentro de su boca, se detuvo al notar como unos deditos diminutos agarraban su pulgar. Lo apartó de sus dientes y pensó… es la primera vez que una criatura no lucha contra mi deseo de matar. Decidió esperar y dejar el manjar para cenar.
Pasaron los días, los meses y los años, y aquel ser seguía con vida. El orco y Paula empezaron a quererse sin decirse te quiero. Así fue como quedaron unidos el uno al otro, como el Universo a las estrellas.
El orco conoció el amor verdadero, el amor por las hijas, aquel que durará más que la misma vida, el amor más allá del amor.
Adolfo Bodoque
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